Hay un hecho que estamos acostumbrados a no percibir correctamente y es la relación entre la realidad y la cultura en cualquiera de sus expresiones, ya sea literaria, artística, musical o filosófica. ¿Cómo encaja el artista, el pensador, dentro de la Historia? ¿Qué relación tiene la reflexión creativa con los ritmos históricos y sociales?
La respuesta fácil es afirmar que la creación artística se sitúa en el ámbito del reflejo: el artista refleja la realidad social, política o mental en la que se mueve. Se podría decir que casi, casi, su actuación es la de mero difusor de un sentir común.
Creo, sin embargo, que conviene ir algo más allá: la música, la literatura, el arte o la filosofía nos descubren un panorama propio; nos adentran en una dimensión de la historia y de la realidad que sólo ellas, por sus características, nos pueden ofrecer. Los procedimientos culturales nos aportan, como sociedad, elementos de reflexión que trascienden de lo meramente material o de ser una redifusión de lo conocido. Son una vía de acceso privilegiado para llegar a la comprensión de cuestiones a las que, de otra forma, no prestaríamos atención. Poca gente duda de que las novelas de Chrétien de Troyes, Madame Bovary o El triunfo de la Muerte de Brueghel el Viejo tienen mucho más de reflexión y modelo generador que de reflejo. Pero lo que quizá no estamos tan acostumbrados es a aplicar esta vara de medir a las creaciones actuales o a los campos considerados “menores” (con todas las comillas posibles).
El caso es que suelto toda esta parrafada para empezar a hablaros de Españistán: Este país se va a la mierda, de Aleix Saló, publicado hace unas semanas por Glénat y de rabiosa actualidad. No os dejéis engañar por las apariencias; detrás de Españistán se esconde una obra redonda, crítica y documentada que, en clave de humor, repasa uno a uno los males de la sociedad española actual y que, como decía antes, va más allá de ser un mero reflejo y se convierte en una lúcida reflexión sobre nuestro momento histórico. Ésa es la gracia de Españistán y, en buena medida, de toda la obra de Aleix Saló, el acercamiento crítico a la realidad, en la mejor tradición viñetista de este país.
De Aleix podría decir muchas cosas: sus más de diez años como ninotaire profesional, sus colaboraciones en multitud de publicaciones o su legión de seguidores cautivados por su buen hacer, pero de él me gustaría mencionar sobre todo tres aspectos personales: la pasión y la ilusión con la que vive su trabajo, la amistad que nos une y el hecho de que a veces me haga sentir, en el buen sentido, jodidamente viejo.
Volviendo a Españistán, encontraremos todos los elementos por los que transita nuestro día a día como ciudadanos: hipotecas abusivas, canis, pensionistas, parados, la SGAE, funcionarios, precariedad en la investigación, sistema financiero feroz, especuladores arruinados, la Iglesia... pasados por un filtro crítico y enlazados entre sí por un hilo conductor-homenaje al Señor de los Anillos que nos arrancará más de una sonrisa cómplice. Y todo ello con su habitual estilo al que ya nos tiene acostumbrados y tan bien se adapta a su forma de narrar.
En definitiva, una opción más que recomendable para quienes a) no conozcáis a Aleix Saló, b) busquéis una lectura amena y comprensiva de la realidad actual, c) queráis echaros unas risas con contenido.
En imagen, portada de Españistán.
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