18 ene 2011

Carl Sagan - Miles de millones




Considero que hay pocos ejemplos de “testamento intelectual” mejores que el del libro del que quiero hablaros hoy (otro día ya hablaremos de La historia continúa, de Georges Duby). Es un libro póstumo, acabado poco antes de morir; una selección de artículos, pensamientos y reflexiones que Carl Sagan reunió en la que fuera su última obra, semanas antes de que la mielodisplasia que padecía acabara con su vida.

Miles de millones se puede entender de dos formas: como una simple recopilación de artículos más o menos importantes de Carl Sagan, junto con alguna reflexión nueva, o como un verdadero legado de su pensamiento a todos los niveles (científico, social, ambiental...). ¿Hay un hilo conductor, una intención comunicativa, en la elección de los temas tratados, más allá del valor que tienen por sí mismos? La respuesta será la que determine lo que consideremos que sea el fondo del libro.

Creo que hay poco que pueda decir de Carl Sagan sin caer en lo ya sabido. Importante astrónomo, exobiólogo y gran divulgador científico, destaca por dos hechos que lo arrastran irremisiblemente a convertirse en un icono de la cultura popular: fue uno de los promotores del proyecto SETI y el guionista principal y presentador de la serie documental Cosmos, todo un hito en la divulgación científica entre el gran público.

Miles de millones consta de diecinueve capítulos y se estructura en tres partes diferenciadas, en la que los textos comparten una conexión temática.

Así, en la primera parte, titulada La fuerza y la belleza de la cuantificación, el hilo conductor gira en torno a reflexionar sobre la naturaleza cuantificadora de nuestra aproximación al Universo, tanto en la gran escala como aplicada a nuestro día a día. Sagan va y viene en un paseo constante, en el que lo mismo nos explica los fundamentos de la notación científica, los datos económicos a escala mundial, los grandes números del Universo y de los mundos microscópicos o se detiene a reflexionar sobre los componentes atávicos presentes en nuestra afición a los deportes colectivos o a explicarnos cómo funcionan y percibimos los efectos lumínicos.

¿Qué conservan los conservadores?, aparte de ser una pregunta que quizás deberíamos hacernos más a menudo, en la línea de aquel Plany al mar de Serrat, es el título del segundo bloque de artículos. En él se desmigan diversas cuestiones relativas a la ecología y al mantenimiento del ecosistema terrestre. En El mundo que llegó por correo, por ejemplo, Sagan expone las premisas básicas que rigen todo ecosistema cerrado, mientras que en los siguientes capítulos recorre los puntos principales del asunto: nos explica qué es, cómo funciona y cómo se degrada la capa de ozono, cómo funciona el calentamiento global y habla de posibles soluciones tecnológicas (como los coches eléctricos o el uso de la energía solar, que hoy por hoy todavía se encuentran en el centro de nuestras apuestas a futuro para el consumo y desarrollo energéticos sostenibles). Incluso medita sobre las posibilidades positivas de una entente cordial entre religión (religiones, más bien) y ciencia en aras de la preservación de la biosfera.

Por último, Allí donde chocan corazones y mentes entra de lleno en cuestiones de calado ideológico y moral. Desde nuestra necesidad de crear “enemigos” y nuestra conducta autodestructiva en relación con el medio ambiente hasta una reflexión general sobre el siglo XX en su conjunto, pasando por un planteamiento exquisito de la problemática del aborto y las posturas enfrentadas, las reglas que articulan la conducta humana, o el preocupante incremento exponencial de la capacidad destructiva en las últimas décadas.

En definitiva, el de Sagan es un libro muy a tener en cuenta. No sólo porque trata cuestiones fundamentales - grandes y pequeñas - si no porque lo hace de manera magistral. Expone claramente los argumentos, sin prejuzgar, desde una racionalidad científica que es de agradecer y una puesta en valor de los datos aportados que resitúa nuestras percepciones y opiniones sobre los temas tratados.


En imagen, la Vía Láctea.


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